CRISIS DE LA IGLESIA MEDIEVAL




Tras el tratado de Verdún de 843, el Imperio Carolingio había quedado dividido entre los nietos de Carlomagno. Los territorios adjudicados a Luis “El Germánico” se organizaron en cuatro ducados principales: Sajonia, Franconia, Baviera y Suavia, que al morir el último heredero, mantuvieron su unidad eligiendo un nuevo monarca imperial para los territorios alemanes. Oton I, coronado en 936, fue el primero de estos reyes en intervenir en Italia y en los asuntos de la Iglesia. En 962, el Papa Juan XII lo coronaría Rex Francorum et Langobardorum, instaurando así el Sacro Imperio Romano Germánico.


La disputa entre Emperador y el Papa alcanzaría uno de sus puntos más álgidos en la Controversia de las Investiduras. El conflicto se centraba en el nombramiento de los obispos, ya que las autoridades laicas deseaban contar con el poder para nombrar a las autoridades de las diócesis. En esta lucha por el poder, la Iglesia contaba con armas temibles: la excomunión, que consistía en negar al emperador la salvación y liberar a sus súbditos de obedecerlo; y el interdicto, que negaba los sacramentos a toda la población, condenándolos al infierno. En 1122, el Concordato de Worms selló la paz momentáneamente, al establecer que la Iglesia mantendría el poder de nombrar a sus autoridades, sometido a poder de veto del Emperador.

Federico I “Barbaroja”, coronado en 1152, retomó la ofensiva en Italia enfrentándose al Papa Alejandro III y a la confederación de ciudades lombardas. En invierno de 1167, estas formaron una liga con el objeto de despojarse del control alemán y en 1176 derrotaron completamente al ejército imperial en la Batalla de Legnano. Federico debió una vez más someterse y reconocer el poder papal.

En 1170, Pedro Waldo, un mercader que renunció a su riqueza para seguir el camino la pobreza y evangélica perfección, fundó “Los Pobres de Lyons”. Waldo tradujo los evangelios a la lengua común y reunió gran cantidad de seguidores predicando en las calles. La iglesia, considerando peligroso el movimiento, procedió a excomulgarlos, los incluyó el la lista de movimientos condenados y en 1190 los declaró en herejía.

En el sur de Francia, los waldesianos se mezclaron con los Cátaros o Albigensianos, un culto pre-cristiano que entre otras cosas negaban el bautismo, consideraban a la cruz el instrumento de tormento con el cual los romanos y judíos habían traicionado a Jesús y atacaban a los sacramentos argumentando que no existía ninguna referencia sobre ellos en las escrituras. El Papa Inocencio III, condenó estas herejías y envió en su contra una cruzada bajo el liderazgo de Simón de Monfort que masacró a miles de personas.

Federico II llegó a la corona imperial en 1215 y se enfrentó al Papa Gregorio IX que lo excomulgó por no cumplir su promesa de tomar la cruz. Pero el emperador igualmente realizó su cruzada e incluso tomo Jerusalén y otros enclaves sagrados luego de un acuerdo con los musulmanes que incluía la tolerancia religiosa y su coronación como rey de la ciudad santa. A su regreso, Federico derrotó a sus enemigos en Italia en 1230 e intentó una vez más controlar las ciudades lombardas. La llegada de un nuevo Papa: Inocencio IV, permitió al principio llegar a un acuerdo y establecer la paz entre los dos poderes, pero en 1245 el Papa volvió a excomulgar al emperador desde su refugio en Lyon. Finalmente, las tropas papales derrotaron a las imperiales en la batalla de Parma en febrero de 1248.

El Papa Bonifacio VIII encontró un nuevo adversario para la Iglesia en la figura del monarca francés Felipe IV “El Hermoso”. Enfrentado con el papado, Felipe acusó al pontífice de materialista, de no creer en la inmortalidad del alma ni en la transubstanciación, de rebelar secretos de confesión, cometer pecados sexuales, de tener un demonio privado y consultar a brujos, de asesinar a su predecesor y preferir ser perro que francés, etc. Bonifacio amenazó a Felipe con la excomunión en 1303, pero el rey contraatacó enviando a Italia una fuerza armada que irrumpió en la residencia papal y arrestó al pontífice que moriría poco después. El colegio de cardenales, ahora dominado por los franceses, procedió a elegir un nuevo Papa: Clemente V, que estableció su residencia en Avignon en 1309. Fuertemente ligado al rey francés, Clemente enfrentaría desde allí el juicio a los templarios, el conflicto con el emperador Luis, el caos reinante en Italia y la guerra de los Cien Años, mientras su ausencia de Roma era visto como un escándalo por toda la cristiandad.

En 1378, contando con el apoyo popular, los cardenales italianos lucharon por la elección de un pontífice local y por el regreso de la sede papal a Roma. El nuevo Papa, Urbano VI, comenzó entonces una reforma del colegio de cardenales, pero una parte del mismo se rebeló y huyó a Anagní desde donde declararon ilegal al pontífice y procedieron a elegir un nuevo Papa que tomó el nombre de Clemente VII. Clemente regresaría a Avignon y ambos pontífices se excomulgarían mutuamente. Esto dio inicio al Gran Cisma de Occidente que dividió profundamente a la cristiandad y representó un nuevo escándalo. Francia, Escocia, España, Parte de Alemania eligieron seguir a Avignon; mientras que Inglaterra, Portugal y el Emperador se inclinaron por Roma. El Concilio de Pisa de 1409 intentó reparar las cosas eligiendo un tercer pontífice (Alejandro V) pero éste fue excomulgado por los otros dos. Finalmente, en 1416, el Concilio de Constanza puso fin al Cisma.

Comentarios

Entradas populares