ARRIEROS MENDOCINOS



Entre el sur de Mendoza y el norte de Neuquén, se extiende una desolada región habitada primitivamente por grupos de cazadores y recolectores que hacía el siglo XVII; al intensificarse el proceso de araucanización, van desarrollando el comercio de ganado vacuno y equino. Los animales, obtenidos en la región pampeana argentina por medio del malón, eran conducidos a través de los pasos cordilleranos para ser vendidos en Chile.




Hacia el siglo XIX estas actividades se intensifican y aparecen bandidos, bandoleros, comerciantes chilenos y la figura característica del arriero que, una vez eliminadas las tribus indígenas tras la Campaña del Desierto, se encargará del transporte de ganado y mercaderías entre ambos lados de la Cordillera. Los pasos poco elevados como El Planchón, Pehuenche o Santa Elena facilitaron el transporte de animales que previamente eran engordados del lado argentino y abastecían la elevada demanda de fábricas de jabón, velas, graserías, curtiembres chilenas.

Este comercio, que continuó hasta 1930, iniciaba en San Luis y Córdoba, donde se obtenían los animales a ser trasladados, o bien desde Buenos Aires. A través de esta ruta se exportaba además vino, frutas secas, ciruelas, membrillos, duraznos, dulces, yerba, esclavos etc. Como animal de transporte se utilizaban mulas. Cada caravana contaba con unas 40 mulas, cada una de las cuales podía transportar 150 kg. El arriero, en su mayoría de origen chileno, recorría los caminos montañosos ataviado con su largo poncho de lana, calzando sus chalas y alimentándose de pan, charqui, vino y yerba.

La presencia chilena en la región fue muy intensa hasta bien entrado el siglo XX. La inmigración europea desplazó a los crianceros hacia el lado argentino donde desarrollaron la ganadería trashumante. El ambiente árido ha inclinado a la crianza de animales rústicos: caprinos y ovinos que resisten las duras condiciones climáticas, pero impactan fuertemente en los campos generando desertificación. Esta actividad se realiza aún con métodos tradicionales, alimentando el ganado con pastos naturales muy degradados y fuertemente condicionada por el clima cordillerano, el relieve y la receptividad reducida de los campos.

Mientras las mujeres permanecen durante los meses cálidos en los campos de invernada, elaborando artesanías, quesos, embutidos o tejidos; los hombres conducen las majadas a los campos de veranada donde permanecen de 3 a 5 meses, desde noviembre hasta abril, alimentando al ganado en campos de gran receptividad. Al terminar el corto verano, los hombres descienden y las familias se reúnen nuevamente.

Los inviernos son largos y rigurosos y las fuertes nevadas dificultan el tránsito cordillerano. El duro medio y la soledad aumentan el apego a la tierra, los animales y a la actividad, que se transmite generacionalmente. Sin embargo, la llegada del alambre, el proceso de privatización de terrenos fiscales y la concentración en pocas manos, está poniendo freno a los crianceros. Las familias son expulsadas de sus campos por medios judiciales, desconociendo la ocupación histórica y la Ley de Arraigo, ya que pocas cuentas con título de propiedad. A estos problemas debemos agregar los bajos precios, el clima riguroso, el proceso de desertización que reduce la receptividad de los campos y la sensación de que el criancero es un obstáculo para el desarrollo de otras actividades.

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