LA PRIMERA CRUZADA



Hacia el año 1095, el emperador bizantino Basileus Alexius defendía desesperadamente su reducido imperio ante el avance de una nueva tribu islámica: los turcos selyúcidas. La contundente derrota sufrida por los griegos en la batalla de Manzibert (1071) había dejado toda Anatolia expuesta al avance de estos guerreros musulmanes que no mostraron la tolerancia acostumbrada hacia los habitantes cristianos y establecieron su capital en Nicea, a días de Constantinopla.



En marzo de 1095 Alexius envió embajadores al Concilio de Piacenza para informar a los cristianos de Occidente acerca de la violencia desplegada por los turcos hacia los pobladores cristianos y los peregrinos que visitaban los lugares santos, especialmente la Iglesia del Santo Sepulcro, en Jerusalén.



Atendiendo este urgente pedido de asistencia, el Papa Urbano II convocó al Concilio de Clermont donde, dirigiéndose a una gran multitud allí reunida, exhortó a los fieles a “tomar la Cruz” contra el infiel prometiendo al que acudiera al llamado el completo perdón de sus pecados. “Deus lo volt” (Dios así lo quiere), fue la respuesta obtenida. Rápidamente los predicadores llevaron la palabra del Papa a todos los rincones de Europa y recibieron adhesiones desde todas las clases sociales.



El más famoso predicador fue Pedro “El Ermitaño” que reunió rápidamente miles de seguidores humildes ansiosos por marchar inmediatamente a Oriente. La fuerza principal de esta primera oleada, formada por campesinos y pequeños nobles mal armados y mal entrenados, conocida como “La Cruzada de los Pobres”, partió desde Colonia el 20 de abril de 1096 con 20.000 soldados.



El trayecto fue realizado por tierra a través de la ruta de los ríos Rin y Danubio. Al principio, la marcha se realizó sin mayores contratiempos, pero al llegar a Belgrado, dominios del Imperio Bizantino, estallaron conflictos, saqueos y hechos de violencia originados en la dificultad para abastecer de alimentos a la multitud y la reticencia de los griegos a concederle el paso hacia Anatolia.



Finalmente los cruzados llegaron a Constantinopla en agosto, donde fueron recibidos por Alexius que se apresuró a concederles el paso a Asia a través del Bósforo. Desde su nueva base de operaciones, los guerreros franceses realizaron cortas incursiones en territorios turcos para saquear poblados (musulmanes o cristianos) y obtener así riquezas. Por su parte los alemanes, que también querían lo suyo, imitaron esta conducta y se apoderaron de un pequeño castillo (Xerigordon) donde fueron rodeados por los selyúcidas. Entonces, les ofrecieron una elección: convertirse o morir. En respuesta a esta matanza, la fuerza principal de los cristianos se puso en movimiento el 21 de octubre hacia Nicea, pero fueron emboscados por los turcos que realizaron una verdadera masacre de la cual apenas un puñado se salvó. Así terminó la Cruzada de los Pobres.



Pero el verdadero ejército cruzado, formado por combatientes profesionales, partió en agosto de 1096 dirigido por Godofredo, Conde de Bouillon, descendiente de Carlomagno. Lo acompañaban numerosos caballeros nobles, entre los que se encontraban su hermano, Balduino de Boulogne (futuro rey de Jerusalén) y Raymond de Toulouse, al mando del ejército más numeroso.



A medida que los contingentes iban llegando a Constantinopla y acampaban fuera de sus murallas, nuevamente se hacían evidentes los recelos y resentimientos con los cristianos de Oriente. Los altos precios de las mercaderías ofrecidas por los bizantinos causaron estallidos de violencia que obligaron a los líderes a apresurar el paso a Anatolia. Pronto los cruzados tomaron Nicea, pero los bizantinos evitaron el saqueo de la ciudad lo que enojó a los occidentales.



La marcha hacia Jerusalén resultó penosa y difícil marchando a través de una tierra arrasada, pero finalmente el ejército se halló ante las puertas de la Ciudad Santa el 7 de junio. Unos 12.000 infantes y 1.500 caballeros intentaron un primer asalto el 12, fallido a causa de la falta de torres de asedio. Tardaron semanas en buscar la madera necesaria y reintentaron el asalto a la ciudad el 14 de julio con tres torres.



Una vez dentro de la ciudad, los cristianos mataron a todos aquellos que se les cruzaron en el camino. Sacaron a los habitantes de sus casas, los ejecutaron y robaron sus pertenencias. La euforia de la matanza que llenó las calles de ríos de sangre incluyó a los habitantes judíos que fueron masacrados dentro de la sinagoga de la ciudad. Hacia el final del día solo quedaban vivos los cruzados, ya que los habitantes cristianos habían sido expulsados antes del asalto.



Tras la conquista, Raymondo se negó a ser coronado rey y en su lugar fue elegido Godofredo que asumió el cargo de “Defensor del Santo Sepulcro”. Tras la derrota del ejército egipcio enviado a reconquistar la ciudad, la mayoría de los cruzados optaron por regresar a Europa, dejando al recientemente conquistado reino cristiano de Oriente en una endeble posición y rodeado de enemigos.

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