LA NAVEGACIÓN EN LA ERA DE LOS DESCUBRIMIENTOS


La caída de Constantinopla en poder de los turcos otomanos en 1453, dificultó el tránsito de productos lujosos: oro, seda, porcelana, especias; a través de las antiguas rutas que unían el comercio europeo con el Lejano Oriente: la ruta terrestre que partiendo de China llegaba hasta el Mar Negro y la ruta marítima que unía la India con el Golfo Pérsico y el Mar Rojo. Monopolizado por las ciudades italianas, especialmente Génova y Venecia, este comercio altamente lucrativo, llevó a Portugal primero y España después a buscar nuevas rutas marinas. Pero, para ello, fue menester primero contar con la tecnología necesaria para enfrentar los peligros del mar abierto.




A comienzos del siglo XV, los navegantes europeos no se alejaban de la vista de la costa por más de un día o dos. Fueron los portugueses quienes primero se aventuraron en el mar alejándose por más de una semana. Gil Eanes bordeó el Cabo Bojador en 1434 utilizando un simple bote de pesca modificado, pero a partir del 1441, las innovaciones llevaron a la construcción de las carabelas. Un barco más resistente, maniobrable, de poco calado; que les permitió circunnavegar el continente africano.

Los portugueses utilizaban la vela latina o triangular, que les permitía navegar con vientos desfavorables, mientras que los españoles la alternaban con la vela cuadrada que solo era eficaz con viento a favor y en viajes largos. Cada nave contaba con una tripulación de unos 20 hombres, 2 ó 3 mástiles, unos 25 metros de largo y 50 toneladas de peso. La carabela fue el resultado de siglos de evolución, comenzando con los botes árabes o thow que navegaban el océano Indico, la vela latina se expandió por todo el Mediterráneo durante el siglo XI. Cristóbal Colón contó con dos carabelas en su viaje: la Niña la Pinta, pero la nave capitana era una nao, la Santa María. Utilizada también por Vasco Da Gama en su viaje a la India en 1497, la nao era un navío más pesado, más grande y de mayor calado que la carabela, lo que la hacía poco conveniente en aguas someras. Conocida antes como La Gallega, la Santa María contaba con tres palos y cinco velas cuadradas para aprovechar los vientos constantes en su viaje hacia el oeste.

Para guiarse en mar abierto, los navegantes utilizaron nuevas tecnologías disponibles. El primer instrumento en adoptarse fue el compás o brújula, inventado probablemente por los chinos y adoptado por los europeos a partir del siglo XII. No muy confiable, debido a que señala el norte magnético y no el geográfico, se lo utilizó principalmente para determinar la dirección del viento.

La navegación latitudinal, este -oeste, se realizaba midiendo la altura de la estrella polar o la altura del sol al mediodía con ayuda de un astrolabio. Aunque su origen es desconocido, se sabe que fue introducido por los árabes en España y data del 1026. El más utilizado era el astrolabio planisférico. Que permitía la representación de la esfera celeste en un lugar y momento determinado. Construidos en bronce y con un diámetro de 15 centímetros, resultaban demasiado pesados para su uso en el mar. Por ello, a partir de 1480, comenzó a utilizarse el astrolabio marino, más pequeño y provisto de grandes agujeros para mantenerlo estable en el viento. Aunque poco preciso debido al movimiento constante de la nave, el astrolabio se utilizó para calcular la latitud hasta el 1700.

Otros instrumentos utilizados para calcular la posición de un barco eran el cuadrante y la vara de Jacob. Utilizado por Colón en su viaje a América, el cuadrante era un cuarto de círculo que permitía la medición de ángulos verticales al igual que el astrolabio. Más tarde se sumarían a la familia el sextante y el octante. La vara de Jacob, también conocida como cruz geométrica o vara cruzada, era un instrumento muy utilizado en astronomía antes de la invención del telescopio. Consistía en una vara larga con una más corta cruzada perpendicularmente, que podía deslizarse a lo largo de la primera para medir el ángulo entre dos astros o entre un astro y el horizonte. Para realizar la medición en forma más precisa se utilizaba además la plomada, que servía para mantener el instrumento paralelo al horizonte. Como la medición de la altura del sol provocaba deslumbramiento en el observador y afectaba la precisión de la observación, se desarrolló posteriormente la vara de espalda o backstaff, mejorada en 1597 por el capitán John Davis.

Todos los instrumentos para medir la latitud eran imprecisos y podía esperarse un error de hasta cinco grados. Sin embargo, más difícil resultó para el navegante del siglo XV el cálculo de la longitud. La técnica utilizada por Colón para calcular la distancia recorrida y la velocidad promedio de navegación fue el reconocimiento muerto. Utilizando una cuerda dividida con nudos realizados cada seis pies (la altura de un hombre), un madero atado a la misma y un reloj de arena; el navegante podía calcular estos valores arrojando el madero atado detrás del barco y observando cuántos nudos se recorrían en un tiempo determinado. La velocidad promedio de los barcos de Colón era de 50 nudos cada dos minutos. Aunque útil, el reconocimiento muerto resultaba muy impreciso en grandes distancias.

En su reconocimiento de las costas africanas, los portugueses colocaron padroes o monolitos que servían como puntos de referencia. Cuando una expedición alcanzaba un lugar determinado, se colocaba un padroe y se realizaba un mapa del trayecto recorrido. Con el tiempo, Lisboa contó con enormes cartas maestras que acumularon los conocimientos de costas y mares. Consideradas secreto de estado, fueron protegidas por un decreto real que prohibió su difusión.

Los portulanos eran mapas de costas, puertos, ríos y elementos visibles desde mar que recopilaban cientos de años de exploración. Aparecidas en el siglo XIII, las cartas portulanas contenían además líneas de rumbo o loxodrómicas que partiendo de un punto, señalaban direcciones y rutas marinas. Las líneas dividían un círculo en 16 partes iguales formando una red como una telaraña. Además, los portulanos contenían una rosa de los vientos, referencias sobre escalas y distancias, ubicación de arrecifes, pasajes e islas; y los monstruos marinos que poblaban las áreas aún no exploradas. Muy detalladas en las costas, estaban vacíos en el interior de los continentes, que sólo contenían aquellos habitantes reales e imaginarios y animales típicos de las diferentes regiones del Mediterráneo. La carta portulana más antigua que se conoce data del 1424 y es la del cartógrafo veneciano Zuane Pizzigano.

Imágenes: LIFE.
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