EL FUSILAMIENTO DE MANUEL DORREGO

 Juan Lavalle
El 7 de julio de 1827, el desprestigiado presidente Rivadavia entregaba el mando a Vicente López dejando tras de sí una provincia en bancarrota y una guerra por terminar. El 9 de agosto era nombrado Gobernador Propietario el federal Manuel Dorrego a quien le tocó, como encargado de las relaciones exteriores, la tarea de firmar el tratado preliminar de paz, el 27 de agosto de 1828, en el cual se estipulaba el retiro de las tropas y el reconocimiento de la Banda Oriental como un país independiente. Una vez ratificado el acuerdo, los hombres del Ejército Republicano comenzaron a regresar al país. No estaban contentos. La guerra, ganada en los gloriosos campos de Ituzaingó, había sido perdida en el terreno de la diplomacia, en las disensiones internas y en las presiones foráneas.




Manuel Dorrego
El 29 de noviembre llegó a Buenos Aires el General Juan Galo Lavalle con la Primera División e inmediatamente fue captado por los desplazados unitarios que pronto contaron con el brazo ejecutor de su conspiración. En la madrugada del 1° de diciembre, las tropas del ejército entraron en el fuerte. El gobernador Dorrego, que no contó con quien lo defienda en la ciudad, salió presuroso a la Campaña en busca de su aliado Juan Manuel de Rosas. Mientras tanto, los conspiradores se reunían en el templo de San Ignacio para intentar cubrir con un velo de legalidad la usurpación que habían perpetrado. Lavalle fue designado entonces Gobernador Provisorio por 79 ciudadanos comunes que se arrogaron el derecho de decidir los destinos de la provincia. La ciudad, sin embargo, no se movió y aceptó los hechos consumados en silencioso acatamiento.

Esa misma noche Dorrego llegaba a Cañuelas para reunir a los desalineados gauchos e indios que intentarán la resistencia y se ponía en contacto con Estanislao López para informarle de lo ocurrido y solicitar su ayuda. El derrocado gobernador contaba con dos mil hombres, Lavalle salió de Buenos Aires con 600 lanceros. Ambos se encontraron en Navarro, donde los veteranos de la Guerra con el Brasil dispersaron fácilmente a las fuerzas federales. Derrotado, Dorrego se separó de Rosas y partió en busca de las fuerzas de Pacheco, pero será traicionado y puesto prisionero, el 10 de diciembre por Bernardino Escribano y Mariano Acha.



Salvador María del Carril
Dorrego iniciaba su camino al patíbulo. En la mañana del 12, Buenos Aires se enteraba de su prisión. Inmediatamente, unos se movieron para solicitar su libertad, mientras otros reclamaban su muerte. Esa noche, Juan Cruz Varela escribía una carta a Lavalle: “(...) Después de la sangre que se ha derramado en Navarro, el proceso del que la ha hecho correr está formado; ésta es la opinión de todos sus amigos de Vd.; (...)En fin, Vd. piense que 200 y más muertos y 500 heridos deben hacer entender a Vd. cuál es su deber. Se ha resuelto en este momento que el coronel Dorrego sea remitido al cuartel general de Vd. Estará allí mañana a pasado: este pueblo espera todo de Vd., y Vd. deberá darle todo...”. El mismo día, Salvador María del Carril incitaba también al jefe unitario a actuar: “(…) Ahora bien, General, prescindamos del corazón en este caso. Un hombre valiente no puede ser vengativo ni cruel. Yo estoy seguro que Vd. no es ni lo primero ni lo último. (…) Así, considere Vd. la suerte de Dorrego. Mire Vd. que este país se fatiga 18 años hace, en revoluciones, sin que una sola haya producido un escarmiento. Considere Vd. el origen innoble de esta impureza de nuestra vida histórica y lo encontrará en los miserables intereses que han movido a los que las han ejecutado. El General Lavalle no debe parecerse a ninguno de ellos; porque de él esperamos más. En tal caso, la ley es que una revolución es un juego de azar, en el que se gana hasta la vida de los vencidos cuando se cree necesario disponer de ella...”.

El 13 por la mañana, Dorrego arribó al campamento de Navarro presintiendo su trágico destino. Inmediatamente, el edecán del Lavalle le comunicó que se había ordenado su ejecución inmediata. Abatido, pero resignado, apenas tuvo tiempo de escribir unas cartas: Al Gobernador de Santa Fe, Estanislao López le decía: Mi apreciable amigo; en este momento me intiman morir dentro de una hora. Ignoro la causa de mi muerte; pero de todos modos perdono a mis perseguidores. Cese usted por mi parte todo preparativo, y que mi muerte no sea causa de derramamiento de sangre. Soy su afectísimo amigo. Manuel Dorrego." A su mujer e hijas: “Mi querida Angelita: En este momento me intiman que dentro de una hora debo morir; ignoro por qué; más la Providencia Divina, en la cual confío en este momento crítico, así lo ha querido. Perdono a todos mis enemigos y suplico a mis amigos que no den paso alguno en desagravio de lo recibido por mí. (...) Mi vida, educa a esas amables criaturas, sé feliz, ya que no has podido ser en compañía del desgraciado.'' Unos momentos después todo había terminado.

Al conocerse la suerte corrida por el gobernador Dorrego, las provincias federales reaccionaron, aunque en su mayoría se limitaron a expresar una silenciosa condena. Dispuesto a mover su ejército contra los decembristas, Facundo Quiroga, escribió a Lavalle: “El que habla no puede tolerar el ultraje que V. E. ha hecho a los pueblos en general, sin hacerse indigno del honroso título de hijo de la patria...” La guerra civil se desatará una vez más. En julio, los federales se reunieron para repudiar la muerte de Dorrego y elegir a Estanislao López comandante en jefe de las fuerzas que debían recuperar la provincia de Buenos Aires.

Facundo Quiroga
Cerca del fuerte Federación, hoy Junín, el 7 de febrero, el primer choque fue favorable a los unitarios. Pero el 28 de marzo, el prusiano Rauch era vencido y muerto en Las Vizcacheras. A partir de allí, la suerte pareció mostrarse esquiva a Lavalle que había perdido sus mejores tropas. La invasión de Santa Fe fracasó y el ejército unitario debió retirarse hostigado por los gauchos de López. Finalmente, el 26 de abril de 1829, se produjo la batalla final en Puente de Márquez. Aunque ambos bandos se adjudicaron la victoria, lo cierto es que Lavalle se había quedado sin recursos. El General Paz, ya dueño de Córdoba, no parecía interesarse por la suerte de sus antiguos camaradas de armas. Además, previendo el fracaso final del movimiento revolucionario, muchos de sus perpetradores se apresuraron a abandonar el país. Lavalle se fue quedando solo y pensó entonces en dar un paso al costado. En la estancia del Pino, el 21 de junio, Rosas y el jefe unitario establecieron las bases de un futuro acuerdo para traer paz a la provincia.

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