EL COMERCIO EN LA ANTIGUA ROMA
La ciudad de Roma, que llegó a contar con un millón de habitantes, necesitaba proveerse de mercaderías que le llegaban desde todas partes. Una gran cantidad de rutas comerciales atravesaban el imperio cruzando el Mar Mediterráneo o aprovechando los excelentes caminos pavimentados.
Sin duda, la forma más económica y rápida de transportar mercaderías era a través del mar. Los romanos contaban con una gran red de puertos, el principal de los cuales era Ostia, a solo 20 kilómetros de Roma, en la boca el río Tiber.
Otro puerto importante era Alejandría, en Egipto, desde donde se embarcaba trigo que tardaba unos 15 días en llegar a Italia. Una vez en Ostia, el grano era controlado, pesado y enviado a la ciudad a través del Tiber. Este abastecimiento era vital para alimentar a la creciente población de la ciudad y su escasez podía provocar revueltas. Por ello los romanos castigaban severamente cualquier entorpecimiento del comercio directo de alimentos con la deportación o incluso con la muerte. Otros puertos graneros eran Tunicia y Sicilia.
También era importante abastecer a la capital con minerales. Estos llegaban desde varias partes del Imperio: hierro, cobre y estaño desde Inglaterra, Oro y plata desde España, sal desde Austria. También se compraban artículos de lujo, que solo estaban al alcance de los más ricos: se traía seda desde la lejana China, algodón y pimienta desde India, vidrio de Fenicia, marfil y animales salvajes desde África. Además, se importaba aceite de oliva desde España, vino desde Grecia, alfarería desde el norte de África, papiro desde Egipto, y esclavos desde todas partes del imperio.
La navegación en el Mar Mediterráneo era peligrosa principalmente a causa de los piratas, pero también debido al clima riguroso, los mapas pobres o las embarcaciones deficientes. Con la llegada de Augusto y la Pax Romana, la armada se fortaleció y los piratas fueron literalmente eliminados, así el comercio floreció y muchos puertos crecieron.
Los barcos de transporte o corbitas, eran naves de gran fortaleza, de unos 25 metros de eslora, capaces de transportar hasta 400 toneladas de carga o unas 600 ánforas. Estas eran vasijas de barro de hasta 50 kilogramos de peso utilizadas especialmente en el transporte de mercaderías.
Los barcos pertenecían generalmente a personas particulares que además eran dueños de los muelles y los almacenes portuarios. Aunque sólo cubrían unos 60 kilómetros por día, eran naves bastante rápidas, algo necesario debido al peligro que representaban los piratas. Por eso, en ocasiones, el comerciante se veía obligado a contratar protección para salvaguardar su valiosa carga.
El principal medio de pago en el comercio romano eran las monedas que podían ser de oro (aureus), de plata (Denarius), de bronce (sestersius) o de cobre (dupondius). Las monedas romanas tenían valor por sí mismas, ya que estaban hechas de metales valiosos y no necesitaban de ningún respaldo. Se utilizaron por seiscientos años y llegaron hasta la India.
El transporte por mar era ciertamente más rápido, barato y seguro que el terrestre. Sin embargo, Roma se preocupó por construir una vasta red de caminos o vías que unían la capital con todas partes del imperio. Una pequeña parte del comercio fluía por los senderos pavimentados en carretas tiradas por bueyes o en burros, camellos o esclavos; pero las vías eran más útiles para el rápido despliegue de las legiones.
Imágenes: LIFE, en http://images.google.com/hosted/life
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