Manuel Belgrano
Cuando Manuel José Joaquín del Corazón de Jesús Belgrano nació en 1770, no podría haberlo hecho en mejores condiciones. Hijo de un rico comerciante italiano, estudiante aplicado, abogado con medalla de oro en Salamanca, Secretario del Real Consulado a los 23 años. Se lo describe como de regular estatura, cabellos rubios sedosos, ojos azules, tez blanquísima. Exitoso, cortés, culto, brillante, poseedor de fortuna. Belgrano lo tenía todo.
Sin embargo, a sus cuarenta años, la historia lo reclamó para la nueva patria que nacía en Mayo de 1810 y él no dudó en sacrificarlo todo: tranquilidad, fortuna, salud.
El 20 de junio de 1820 a las siete de la mañana, moría solo y pobre en Buenos Aires. Ese día casi nadie notó su ausencia, porque había estallado la guerra entre los argentinos.
Pero Belgrano sabía que las pasiones encendidas impedían a los compatriotas de entonces juzgar su figura con justicia.
“Desde la más remota antigüedad hasta nuestros días, la historia de los siglos y de los tiempos nos enseña, cuánto aprecio han merecido todos aquellos que han puesto el cimiento a alguna obra benéfica a la humanidad” . Escribió alguna vez
Esperaba pues de los argentinos del futuro algún reconocimiento a su entrega y esfuerzo.
Mucho tuvo que esperar el pobre Belgrano en su humilde tumba construida con un trozo de loza de su baño.
Y cuando, al fin, algún reconocimiento llega, se limita a señalar que “Belgrano fue el creador del la Bandera”. Es cierto. Fue el creador de la bandera.
Pero además fue abogado, político, periodista, economista y brillante intelectual. Fue un incasable promotor de la educación universal y gratuita. Fue un impulsor del respeto por la libertad y la igualdad, repudió el comercio de esclavos y fomentó la educación de la mujer. Condenó las desigualdades económicas y promovió la agricultura, la industria y el comercio. Fue un hombre, en suma, que dedicó su vida a la búsqueda del bien común y cuya preocupación más grande fue fortalecer los cimientos de la patria naciente.
Sin embargo, a sus cuarenta años, la historia lo reclamó para la nueva patria que nacía en Mayo de 1810 y él no dudó en sacrificarlo todo: tranquilidad, fortuna, salud.
El 20 de junio de 1820 a las siete de la mañana, moría solo y pobre en Buenos Aires. Ese día casi nadie notó su ausencia, porque había estallado la guerra entre los argentinos.
Pero Belgrano sabía que las pasiones encendidas impedían a los compatriotas de entonces juzgar su figura con justicia.
“Desde la más remota antigüedad hasta nuestros días, la historia de los siglos y de los tiempos nos enseña, cuánto aprecio han merecido todos aquellos que han puesto el cimiento a alguna obra benéfica a la humanidad” . Escribió alguna vez
Esperaba pues de los argentinos del futuro algún reconocimiento a su entrega y esfuerzo.
Mucho tuvo que esperar el pobre Belgrano en su humilde tumba construida con un trozo de loza de su baño.
Y cuando, al fin, algún reconocimiento llega, se limita a señalar que “Belgrano fue el creador del la Bandera”. Es cierto. Fue el creador de la bandera.
Pero además fue abogado, político, periodista, economista y brillante intelectual. Fue un incasable promotor de la educación universal y gratuita. Fue un impulsor del respeto por la libertad y la igualdad, repudió el comercio de esclavos y fomentó la educación de la mujer. Condenó las desigualdades económicas y promovió la agricultura, la industria y el comercio. Fue un hombre, en suma, que dedicó su vida a la búsqueda del bien común y cuya preocupación más grande fue fortalecer los cimientos de la patria naciente.
Porque Manuel Belgrano fue mucho más que el creador de la Bandera Nacional. Reclamamos desde aquí para su figura el respeto y el reconocimiento adeudado. Belgrano merece nuestra admiración y agradecimiento por representar el ejemplo de honradez, nobleza, compromiso y entrega como hombre público. Hoy, cuando tan escasos estamos de ejemplos, Belgrano merece ser nuestra bandera.
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