AL PIE DEL POPOCATÉPETL
En el centro-sur del territorio mexicano, se alza la Cordillera Neovolcánica: una cadena montañosa formada por una sucesión de picos volcánicos que superan los cinco mil metros de altura. De clima subhúmedo, la región es la más densamente poblada del país y también la más amenazada por las actividades humanas.
La región volcánica mexicana forma parte del Cinturón de fuego del Pacífico, una región altamente inestable sometida a erupciones volcánicas, sismos y coladas de lava y barro que ponen en peligro a la población. Los volcanes más antiguos de la región son el Ajusto, el Malinche y el Nevado de Colima, los cuales rondan los 10. 000 años, mientras que los más jóvenes, como el Paricutín y el Chichón se originaron en el siglo pasado.
Sin embargo, para los mexicanos, el más famoso es el Popocatépetl. Su nombre deriva del idioma Nahuatl y quiere decir “montaña que humea”, aunque es conocido también como “Don Goyo”, “Don Gregorio” o simplemente “El Popo”. Se trata de un estratovolcán de 5452 metros, el 2º más alto de todo México. Junto a él se halla el Iztaccihuatl o “la mujer blanca”, ambos conforman una pareja volcánica fuente de adoración y leyendas y verdaderos símbolos de México. A sus pies viven unas 80.000 personas en los estados de Puebla y Morelos y a 60 km. se alza México D.F. con una población de más de 18 millones de personas.
El Popo es también uno de los más activos con 15 erupciones registradas desde la llegada de los españoles. Después de haber estado inactivo por unos 70 años, el volcán comenzó a mostrar signo de estar vivo en 1970. A partir de entonces nunca cesó de emitir gases y cenizas, que pueden llegar hasta la ciudad de México, o de producir temblores que en varias ocasiones obligaron a las autoridades a ordenar la evacuación de las personas que habitan a sus pies.
En diciembre del año 2000, por ejemplo, se temió una erupción catastrófica, debido al peligro de que el glaciar que corona la ladera occidental se derritiera ocasionando un gran alud de barro. En esa ocasión se logró evacuar a más de 20 mil personas, sin embargo, muchos se negaron a abandonar sus casas por temor a los saqueos o a abandonar a sus animales a una muerte segura. Las personas respetan y valoran al volcán llamándolo “el Dios de la Lluvia” por su capacidad para condensar la humedad y por el rico suelo volcánico sobre el que desarrollan su agricultura. Desde el año 1994, una serie de cámaras y sismógrafos monitorean constantemente el volcán y envían la información al Centro de Prevención de Desastres en la ciudad de México.
Las laderas de la Cordillera Neovolcánica y los valles intermontanos están poblados de un bosque templado de pinos y gramíneas conocido como “zacatonal”. El clima, que es templado y subhúmedo en la base, se vuelve más frío en altura hasta llegar a las nieves eternas cercanas a las cumbres. Se trata de un ecosistema frágil, en el que muchas especies endémicas de la zona se ven amenazadas por actividades humanas como la agricultura, la ganadería, la tala ilegal o los incendios intencionales.
Rodeando a esta ecoregión, se extiende un bosque templado de pinos, abetos y encinos que constituye el ambiente más modificado del país. La destrucción del bosque se inicia con la llegada de los españoles al valle de México y con la introducción de nuevos sistemas de explotación económica que sustituyeron a aquellos utilizados por los grupos indígenas de la región. La introducción de especies exóticas como el trigo, la minería de la plata, la ganadería, la tala indiscriminada y el uso del fuego como medio de limpieza de los campos fueron las actividades que más han transformado el medioambiente central mexicano.
A partir del siglo XX, el crecimiento explosivo de la población llevó a convertir más áreas en tierras de cultivo, praderas de pastoreo o áreas urbanas, sumado a una mayor necesidad de maderas y al crecimiento de la industria del papel. A partir de 1950, la industrialización del país requirió mayor cantidad de mano de obra, mientras que la reforma agraria repartió millones de hectáreas de monte. Hoy, entre el 50 y el 67 por ciento del ambiente se halla modificado, muchas especies están en peligró, mientras que otras, como el oso y el lobo; han desaparecido.
El bosque templado es un ambiente de lenta recuperación, los árboles tardan al menos 30 años en alcanzar su altura promedio. Sin embargo, no existe reforestación para los pinos y abetos usados en la industria maderera y del papel, ni para los encinos utilizados para fabricar leña y carbón. La desaparición del bosque deja las laderas peladas sin el sostén para contener la erosión hídrica, los derrumbes y derrames de lodo. Además, el suelo pierde la capacidad para retener el agua, muy importante para alimentar los acuíferos que provén de agua a las grandes ciudades. Por otro lado, el intensivo uso del suelo ha llevado al crecimiento de la erosión y a la desertización de grandes zonas, los terrenos pierden fertilidad por el uso intensivo y la utilización de fertilizantes químicos y pesticidas contaminan las napas freáticas.
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